“Lo atamo’ con alambre”, decía Copani en los ‘90. Pero lo de Graciela no se podía arreglar. No era una escenita de novela, ni un papel triste. Era real. Era una vida que se fue por el balcón de una casa de Avellaneda en 1989. Una actriz que a los 11 años ya era famosa, y a los 26, una noticia trágica.
Graciela Cimer nació en Avellaneda el 21 de enero del ‘63. A los 11, ya estaba metida en la piel de Etelvina Baldasarre en Jacinta Pichimahuida, esa alumna rica, rubia, pesada y racista que nos enseñó que los villanos también pueden tener corazón. Porque sí: terminó ganándose al público, como pasa con los personajes que están bien hechos.
“Como dice el dicho popular: ‘Ríase, señora, ríase… que después se va a llorar’”
Y lloramos. Con Graciela lloramos de verdad.
Su carrera siguió en Canal 9: Pasiones, Bianca, Ese hombre prohibido, Herencia de amor, Dos para una mentira… Siempre elegante, prolija, con presencia, y sin escándalos.
Hasta que conoció a Marco Estell.
Estell era un galancito del momento, fachero, mimado por los canales. Compartieron elenco, cama y tragedia. Lo que afuera parecía el amor perfecto, adentro era un infierno.
Celos, violencia, infidelidades. Todo mal. Graciela, embarazada de tres meses en 1989, cayó en una depresión. Intentó suicidarse con pastillas. No funcionó. Pero después vino la noche helada de julio. Se subió a la terraza de la casa de sus viejos y se tiró.
«La vida es una herida absurda», escribió Catulo Castillo.
Y Graciela no encontró cura para la suya.
Tenía 26 años. Estaba embarazada. Murió en el acto.
En el velorio, la familia le prohibió la entrada a Estell. Él intentó meterse igual. Gritos, empujones. “Vos la mataste”, le gritaron. El padre de Graciela lo acusó directamente. Ella le había dicho que Marco la golpeaba.
Hubo juicio por calumnias, pero también uno civil que responsabilizó a Estell y a un médico por el suministro de barbitúricos. La mancha ya no se borraba.
«Se puede mentir a pocos mucho tiempo, o a muchos poco tiempo, pero no a todos todo el tiempo», Como dijo Abraham Lincoln.
Y en algún momento, la verdad empieza a asomar.
Estell pasó del éxito al destierro. Nadie lo contrató más. Se peleó con Romay y Gayo Paz, sus padrinos televisivos. Se fue del medio. Dejó de aparecer. Su última novela, Es tuya Juan, fue un fracaso.
Pero la desgracia no terminó ahí.
En 1992, en la estancia La Payanca en General Villegas —propiedad de la familia de su nueva esposa, Claudia— se produjo una de las masacres más misteriosas del país: seis personas asesinadas, incluso los gatos. Tiempo antes, el padre de Claudia también había sido asesinado en esa misma finca. Siete muertes. Estell, heredero de la estancia, nunca fue imputado.
«Cuando el río suena…», decía Doña Rosa.
Y este río suena fuerte.
En 2022, el hijo de Estell fue detenido por violencia de género, amenazas e incendio. Otro varón, otro ciclo. Y en 2024, la bomba: sobrinos de Estell aparecieron en la tele acusándolo de haberse quedado con herencias, de amenazar de muerte, y hasta de haber tenido participación en La Masacre de La Payanca. Un techista contó que iba a ir a hacer trabajos en la estancia, y que Marco lo llamó un día antes para cancelarle todo… justo antes de los asesinatos.
“Donde pisa mi tío, siempre hay muertos”, dijo uno de ellos.
Frase lapidaria. Más que archivo, esto es un epitafio.
📎 El Veredicto del Archivólogo
Graciela Cimer fue una víctima de su época, de un medio ingrato y de una relación que la rompió por dentro. Fue talento desperdiciado, dolor ignorado y silencio institucional.
“Yo no me voy a callar”, decía la Gata Varela.
Y nosotros tampoco.
Porque callarse es complicidad. Y la memoria es el archivo más importante.
Desde Revista La Realidad, la recordamos con nombre, con historia y con justicia. Que no sea una más. Que no quede en el olvido. Que no vuelva a pasar.
REVISTA – LA REALIDAD SITIO OFICIAL!


