Rodrigo, el Potro eterno — 25 años sin su voz, pero con su fuego vivo
Hay fechas que te sacuden el alma, que te paran el corazón un segundo y te hacen volver a esa madrugada que no querés recordar pero tampoco podés olvidar. Y sí, 24 de junio de 2000. Esa noche, Argentina perdió algo más que un artista: perdió un pedazo de su ritmo, de su carisma, de esa rebeldía sin corbata que era Rodrigo Bueno, el Potro.
Veinticinco años después, la figura del cordobés sigue latiendo con fuerza. En cada fiesta, en cada esquina, en cada historia donde alguien canta con el corazón partido. Porque lo de Rodrigo no era solo cuarteto: era energía pura, magnetismo animal, furia y ternura servida en la misma copa.
🎤 Entre lunares, señales y una ruta fatal
Esa noche fue rarísima. Desde el programa con Jorge Guinzburg en La Biblia y el Calefón —donde su camisa negra y su campera roja brillaban más que el set— hasta la cena con Fernando Olmedo y su ex Patricia Pacheco, todo pareció teñido de un aura extraña, casi cinematográfica. Como si el destino hubiera decidido escribir el final de una peli que no queríamos que termine nunca.
Entre el show interrumpido en Escándalo, el gas lacrimógeno, los tiros en la calle y los movimientos cruzados de la banda, algo estaba fuera de eje. Y después, lo que ya sabemos: una Ford Explorer, una ruta húmeda, un adelantamiento fatal y un golpe que no solo partió una camioneta. Partió un país.
💔 La leyenda no muere, se multiplica
Rodrigo no usaba cinturón de seguridad. Esa madrugada, su cuerpo voló, pero su mito también. Cayó en el pasto mojado de la autopista, pero también se elevó directo al inconsciente colectivo. Con sus botas texanas, su campera fetiche y su sonrisa canchera, el Potro se volvió inmortal.
Lo que vino después fue predecible: homenajes, teorías, biopics y mucho merchandising. Pero lo más real, lo más verdadero, fue el silencio imposible que dejó su voz. Porque cuando el Potro cantaba, no había grieta: te hacía bailar a vos, a tu tía, a tu ex y al tachero que no bajaba el volumen aunque fuera lunes a la mañana.
🔥 Un artista de fuego con final eléctrico
Rodrigo era vértigo. Vivía como cantaba: rápido, intenso, sin freno y sin pedir permiso. Tenía enemigos, claro. Porque era disruptivo, porque incomodaba, porque decía lo que pensaba y se metía con todos. Pero también tenía un pueblo que lo amaba, y eso —en la Argentina de las pasiones exageradas— vale oro.
El episodio de esa noche se analizó hasta el hartazgo. Que si fue un accidente, que si hubo algo más, que si alguien lo quiso bajar del mapa. Pero en La Realidad nos quedamos con lo esencial: fue una noche rara, con demasiadas señales y un final anunciado con la voz de él mismo, que siempre bromeaba con que iba a ser leyenda cuando se muriera. Y lo fue. Y lo es.
👑 25 años sin él, pero con todo lo que dejó
Hoy, a un cuarto de siglo, lo seguimos escuchando como si nada. Porque Rodrigo no se fue. Vive en cada canción con nombre de mujer, en cada grito de “¡soy cordobés!” y en cada lágrima que baja bailando. Vive en Tyago, en Beatriz Olave, en los trajes brillosos, en el Luna Park repleto, en esa cumbia-rock que se le escapaba por los poros.
✨ La Realidad es esta: Rodrigo no murió. Cambió de escenario.
Y desde allá arriba —o desde donde quiera que esté su energía salvaje— seguro nos mira, nos canta y se ríe un poco de todo esto. Porque él ya lo sabía: “Cuando te morís, pasás a ser mejor de lo que eras”.
Y con Rodrigo, esa frase se volvió verdad.
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